En estos relatos diversos o en éste gran relato diverso en bloques se transita entre los fracasos de la rutina y las infinitas identidades y sus formas, y es nuestro vehículo -así se elija navegar, volar o ir por tierra- la transmutación, el renovar constante y por eso su lectura es algo maravilloso; el texto se come a sí mismo, se digiere, se defeca y se come otra vez sin asco.
Nestor Villoldo es uno de esos seres extraordinarios en cuya escritura se devela el compromiso, la voz tierna y el buceo honesto de quienes hacen del arte su quehacer, su oficio. En este nuevo libro -que bien podría ser una estructura preciosa hecha de legos- Villoldo utiliza la palabra para crear metáfora de una realidad que aparenta contundente y al instante cambia de estado, se diluye y escapa de nuestras manos empapándolas de polisemia y es entonces que, lo que dábamos por conocido, se pervierte por el universo de lo alucinado, de lo expansivo, de esa máquina de sentir en la que el autor se nos revela. Nestor entiende que al abrir un mundo ya se está reflejando otro y con ese otro a su vez se está reflejando otro y otro y otro más y así como los números pareciera que las posibilidades en el imaginario son inagotables, porque lejos de atormentarse con pretensiones estas hojas llueven y hacen que quienes las leamos tengamos los sentidos avivados entre la animalidad y los recuerdos, entre la caricia de mamá y los mordiscos que la soledad lleva, entre despertares perros y sudores de almas lejanas.