Voz de piedra se ciñe a un objeto contemplado -un castillo medieval- con la clara voluntad de cantarlo. La composición se construye sobre la pauta de una visita cultural o turística al Castillo de Loarre (Huesca, España), <>, en palabras de Durán Gudiol, el gran estudioso del románico.
El Castillo -resultado del acoplamiento y perfecta imbricación de la naturaleza y de la obra humana- es, en Voz de piedra, un canto a la solidez, a la fortaleza, a la perfección, al tiempo que a la imaginación y al riesgo; una sugestiva invitación a la creativa, sólida y bella construcción de todo lo humano.
El libro se articula como un poema unitario en cuatro partes diferenciadas, pretendidamente desiguales. La primera, la segunda y la cuarta están constituidas por un solo poema cada una y es el poeta -el lector, el visitante, una persona- quien interpela al castillo. Con cierta resonancia de Kafka o de Santa Teresa de Ávila -frente al misterio del castillo o de las moradas- confiesa la imperiosa necesidad de escalar sus murallas, de adentrarse en sus estancias, de descifrar sus claves, de moverse en su misterio, de conocerlo, de gozarlo.
En la tercera parte, la piedra se hace palabra y su voz -en una prosopopeya testimonial continuada en sucesivos círculos concéntricos: extramuros, intramuros, interiores- no cesa hasta un total desnudamiento de su mundo interior, de su conciencia, de su memoria.
La ubicuidad de la roca en cualquier lugar y nivel arquitectónico del monumento es una constante, una especie de leimotiv que da pie al autor para presentarla como el tema central del libro: <>. Y, al igual que en la música, elaborar variaciones sobre el mismo cada vez que aquélla se hace presente en la construcción, hasta alcanzar su resolución conjunta en un concertante final.

Fuente: solapa del libro.